Dormitaba
la noche aún
y los
brazos desmembrados del sol
y las
acacias y el viento meciendo sus hojas
fueron
testigos de la huida.
Su
propia esposa le intentó convencer:
esa
vida no es para un campesino.
Pero
Juan no quiso escuchar, no pudo, no supo,
y no
escuchó a su mujer, sino a su instinto.
Juan
oía reir a la brisa, oía el canto de los gorriones
y las
palomas que viven en el cemento,
y en un
montón de ciudades advenedizas
oyó a
sus gentes sufrir.
En la
primera parada que le ofreció el camino
se paró
a ver:
hombres deslavazados,
y los
sueños que de pequeño su cabeza inundaron
se
convirtieron EN RETAZOS
De
otros mundos, de otras culpas.
exilio
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