martes, 6 de mayo de 2014

Dormitaba la noche aún
y los brazos desmembrados del sol
y las acacias y el viento meciendo sus hojas
fueron testigos de la huida.
Su propia esposa le intentó convencer:
esa vida no es para un campesino.
Pero Juan no quiso escuchar, no pudo, no supo,
y no escuchó a su mujer, sino a su instinto.
Juan oía reir a la brisa, oía el canto de los gorriones
y las palomas que viven en el cemento,
y en un montón de ciudades advenedizas
oyó a sus gentes sufrir.
En la primera parada que le ofreció el camino
se paró a ver:
 hombres deslavazados,
y los sueños que de pequeño su cabeza inundaron
se convirtieron EN RETAZOS

De otros mundos, de otras culpas.


exilio

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